Mini pisos en Madrid
Suelo de mármol; cocina nueva, con vitrocerámica; un baño al que no le falta nada; baldas repletas de películas VHS; incluso una puerta blindada. La casa de la corrala de Lavapiés en la que vive Roberto tiene de todo. O casi. "Una vez fui a comprar un puzle de la Gioconda y me di cuenta de que no podía ser de más de 1.000 piezas: no entraría en la mesa. Y una mesa más no cabe en la casa". No dan para mucho 18 metros cuadrados.
"El espacio no tiene por qué limitarte la calidad de vida", asegura este oficial de obra madrileño de 40 años, que lleva siete viviendo en ese minipiso. Los primeros meses pagó un alquiler de 400 euros, hasta que decidió quedarse con el piso por 100.000. Hoy día paga una letra mensual de 425 euros. "Teniendo en cuenta que mi sueldo es de 940, no me puedo permitir mucho más". ¿Seguro? "Lo que no voy a hacer es irme a vivir a otra zona; prefiero esto a un piso de 40 metros en Carabanchel", dice orgulloso, mientras con un gesto similar a un pase torero enseña su habitáculo.
La historia de Roberto es similar a la de cientos de personas que viven en el centro de Madrid. Prefieren una buena ubicación al tamaño, aunque esto suponga vivir en menos de 25 metros cuadrados, el mínimo de habitabilidad establecido por el Ayuntamiento. "Tener todo a mano es algo impagable", asegura Rodrigo, un actor de 36 años. Por un estudio de 20 metros en la calle de la Escalinata (cerca del Teatro Real) paga 410 euros al mes. "No necesito más, tiene todas las características de una casa, con la única diferencia de que aquí sólo puedes dar dos pasos; es lo que tienen los armarios con vistas", bromea.
Una relación calurosa con los vecinos es algo que tampoco se paga con dinero. Un hundimiento, hace un par de años, en la corrala en la que vive Roberto, en la calle de Sombrerete, propició la comunicación entre los inquilinos. Se unieron para buscar una solución al problema. Hasta entonces, apenas se conocían. Marta, otra inquilina del inmueble, se troncha cuando se le pregunta cómo se las apaña para montar una cena en una casa tan pequeña que para entrar tienes que agacharte. "Es muy fácil. En vez de sillas, la gente se va al suelo y otros se sientan en el sofá cama", explica esta treintañera que ha trabajado como becaria de investigación hasta hace unos meses.
Aunque resulte inimaginable que alguien pueda vivir en 17 metros cuadrados, Marta lleva allí desde 2002, cuando adquirió el piso por 90.000 euros. "Vivía en la sierra, venir al centro me llevaba más de dos horas de desplazamiento; ahora me muevo a pie", razona. Cuando se le comenta que el suyo es uno de los cerca de 40.000 pisos de menos de 25 metros cuadrados, y por tanto infravivienda que, según el Ayuntamiento, hay en Madrid, Marta replica sin pensárselo: "Es lo que nos podemos permitir con los precios del mercado; pero bueno, yo me apaño: mira, yo tengo hasta frigorífico, ¡y una bañera!".
La mayor preocupación de Marta y Alfredo, una pareja de 34 y 27 años, es ver dónde meten la ropa. Una vez estuvieron a punto de prender fuego a parte de su vestuario. Lo habían guardado en el único altillo que tiene su casa de 20 metros cuadrados en la calle del Amparo. Cuando fueron a sacarlo, se dieron cuenta de que el calor de las luces había chamuscado parte de la ropa. "¡Pero es que en algún lado había que meterlo!", recuerdan entre risas.
Hasta marzo de este año, la pareja compartía piso con dos personas. Era difícil vivir así. "No puedo ir vestida de cualquier manera a mi trabajo; cuando me ponía tacones, tenía que hacerlo en la entrada, porque a las compañeras de piso les molestaba el ruido", cuenta Marta, que trabaja en la Embajada de Perú.
Así que se pusieron a buscar piso. La única condición es que fuese en Lavapiés. "Siempre hemos hecho vida en el barrio, no nos planteamos movernos", explica Alfredo. Tuvieron mucha suerte y en cuestión de días encontraron piso. Saben que 600 euros por 20 metros no es una ganga, pero se arreglan.
El interior está muy apañado. La cama en lo alto, y bajo ella el vestidor; una pequeña mesa de estudio y un lugar para dejar la bici. En la otra punta, a la que se llega de dos zancadas, hay una mesa con sillas. "A la hora de comprar algún mueble, lo único que hay que ver es que sea plegable", dice Alfredo, que ya sabe qué harían en un futuro si tienen hijos: "Ponemos un tabique de pladur, hacemos una minihabitación y listo".
El contrato de Mónica y Alfredo finaliza en marzo de 2008. Aún no saben si continuarán en su minipiso o si seguirán buscando. La incertidumbre pende de un mismo hilo: "No son necesarios 100 metros. Claro que nos gustaría tener una vivienda digna en el centro, pero a cualquier precio no; como está el mercado, hoy es imposible".
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