Propósito a cumplir impepinablemente este año: aniquilar el estrés
Los estímulos estresantes pueden ser de índole muy diversa. Los hay físicos, como el frío, el calor o el ruido; psíquicos, como el miedo, la angustia o la responsabilidad; y sociales, tales como la sobrecarga laboral o los conflictos interpersonales.
El estrés es una reacción del organismo a una situación de sobrecarga. En principio es algo positivo porque permite la adaptación del individuo a condiciones difíciles o extremas, pero si la situación se mantiene en el tiempo se produce un agotamiento y entonces aparecen los problemas.
Cualquiera de estas situaciones o estímulos estresores ponen en marcha el llamado Sistema General de Adaptación, un complejo mecanismo que activa tanto al sistema nervioso vegetativo como al sistema hormonal, lo que conlleva la liberación de adrenalina y corticoides además de otros muchos procesos, que a su vez permiten que el organismo haga frente mejor a la situación adversa.
El sistema de adaptación, como todo, tiene un límite y si éste se sobrepasa llega la fase de agotamiento. El agotamiento es fisiológico, psicológico e inmunitario; es decir que el estrés crónico puede producir trastornos del funcionamiento corporal, trastornos psiquiátricos y trastornos en los sistemas de defensa. Dicho con otras palabras el estrés puede llevar a enfermedades tan diversas como un infarto de miocardio, una depresión o un cáncer.
Los llamados trastornos psicosomáticos están especialmente asociados a las situaciones de estrés y aunque pueden verse en cualquier disciplina médica son más frecuentes en dermatología: el estrés hace muchas veces estragos en la piel. Resulta sorprendente comprobar como en sólo cuarenta y ocho horas unas manos pueden verse afectadas por una terrible reacción eccematosa que literalmente despelleja toda la piel, y todo ello tras recibir una noticia que genera un intenso estrés.
Ya ves lo importante que resulta evitar el estrés. La prevención es teóricamente muy fácil: evitar las situaciones estresantes. Pero me diréis y con razón, que la vida está llena de ellas y que son inevitables. Pero al menos conviene no añadir más leña al fuego, y a veces lo hacemos. Y de qué manera.
No hace mucho tiempo un buen amigo, brillante ejecutivo, perteneciente a varios consejos de administración, trabajador incansable, exigente y perfeccionista como nadie, padeció una enfermedad que se consideró asociada al estrés.
Conseguimos persuadirle de que dejara la mayor parte de sus actividades y así lo hizo. Y comenzó a practicar más deporte siguiendo los consejos médicos… y se puso a correr maratones. ¿Cabe mayor estrés? Parece que algunos son adictos.
Nuestro estilo de vida occidental, éste que nos ha traído tanto progreso, es un caballo de Troya preñado de problemas y el estrés es sin duda uno de ellos. El uso del término se ha extendido fuera del ámbito de la Medicina y lo utilizamos coloquialmente. Hablamos del estrés del trabajo, del estrés del tráfico y hasta del estrés vacacional (éste les garantizo no es tan nocivo).
El estrés también lo padecen los animales, se ha estudiado por ejemplo el estrés de densidad en las ratas, y se ha podido constatar que cuando hay mucho hacinamiento entre ellas las hembras disminuyen su fertilidad y entre los machos se dan comportamientos homosexuales. ¿Curioso, verdad?
Quizás los seres humanos también estemos sometidos a las mismas leyes ecológicas que el resto de los animales. Lo cierto es que en la actualidad la menopausia precoz, por ejemplo, es mucho más frecuente que antaño y la encontramos más en mujeres que viven en grandes ciudades; en cuanto a los hombres hay estudios que apuntan a una peor calidad del semen y…en fin, dejémoslo aquí.
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