Paisajes para el suicidio
Los suicidas sienten predilección por los puentes. El Golden Gate, con 1.500 muertos, el viaducto del Príncipe Eduardo de Toronto, con 400, y el Aurora Bridge de Seattle, con 300, encabezan todos los récords en esta materia.
A lo largo y ancho del mundo, no hay ciudad sin su puente para suicidas ni su larga cifra de muertos. Los habitantes de la vieja Estambul, por ejemplo, eligen el Puente del Sultan Mehmet para arrojarse sobre el Bósforo. En Londres, la mayoría escoge el Hornsey Lane para quitarse la vida, mientras que los vecinos de Praga optan por el viaducto de Nusle, donde han muerto más de 300 personas desde 1973.
Alarmadas por las cifras, las autoridades se esfuerzan por colocar carteles, barreras físicas y hasta cabinas de teléfono contra los suicidios, pero nada impide que la gente se siga arrojando al vacío. Las consecuencias de saltar de este puente son fatales y trágicas —dice uno de los carteles sobre el Golden Gate. Como si el suicida no lo hubiese tenido en cuenta.
Desde el Puente de Nankín, en el río Yangtsé, han saltado más de dos mil chinos en los últimos cuarenta años. Aquí, el sistema para impedir los suicidios es algo más primitivo pero sin duda más humano. Un humilde tendero llamado Chen Si se hizo famoso en 2004 por patrullar el puente de arriba abajo para convencer a los posibles suicidas de que no merecía la pena tirarse.
“Los suicidas son fáciles de reconocer,” —aseguraba Chen— “caminan como si no tuvieran alma”.
Pero los puentes no son el único lugar con magnetismo. Se calcula que más de 600 suicidas saltaron sobre la lava del monte Mihara, en Japón, hasta que las autoridades decidieron colocar una red de seguridad sobre el cono volcánico. No muy lejos de allí, en el bosque de Aokigahara, bajo el monte Fuji, aparecen cada año los cuerpos de decenas de suicidas. Solo en 2002 se recogieron 78 cadáveres, cinco más que en 1998, cuando se habían batido todos los récords.
En los acantilados de Moher, en Irlanda, los muertos se cuentan cada año por decenas. En Sydney, un acantilado de singular belleza conocido como The Gap cuesta la vida anualmente a unas 30 personas y por las rocas el Beachy Head, en las costas inglesas, se han precipitado más de 500 personas en los últimos años.
En algunos lugares, como Tokio, los suicidas han optado por la opción cómoda del metro, hasta el punto de que las líneas quedan cortadas entre dos y tres veces al día como consecuencia de estos incidentes. El metro de Montreal, en Canadá, tiene el récord de 129 suicidios, seguido de cerca por el U-Bahn de Viena y el metro de Ciudad de México.
Hace tres años alguien diseñó un mapa con los lugares más adecuados para suicidarse en la ciudad de Shangai, acompañados de simpáticos dibujos explicativos. Arrojarse a la jaula de los leones, colgarse de un árbol en un céntrico parque o cruzar andando la autopista, eran algunas de las variopintas propuestas que ofrecía la ciudad a los suicidas.
En la realidad, el suicidio también tiene algo de actividad turística. Lugares emblemáticos como la Torre Eiffel (350 suicidios) o el Empire State (32 muertos) tienen cada año un fluido tránsito de suicidas. Un estudio reciente, realizado en Nueva York, demostraba que una buena parte de los suicidas de Manhattan acudían expresamente a la isla a tirarse de sus rascacielos favoritos.
Sobre Chen Si, el centinela del Puente de Nankín, no se ha vuelto a saber nada. Hasta el momento en que los medios occidentales se fijaron en él, había salvado más de 40 vidas. Bajo una de las pancartas disuasorias colocadas por las autoridades chinas, alguien le preguntó a Chen cuándo pensaba dejar aquella vida: – Supongo que cuando ya no lo soporte más —respondió entonces. Y quién sabe si por su mente no se cruzó la idea de arrojarse él también sobre el Yangtsé, y terminar de una vez con aquella rutina.
Ver: Lista de lugares por número de suicidios
Imagen: Asia blog
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