Mejor beber agua del grifo


Algunos optimistas tenían la esperanza de que la presente crisis económica tendría, al menos, un beneficio colateral: la mejora de algunos indicadores ambientales. Menos dinero debería suponer menos consumo, sobre todo de bienes superfluos. No es seguro que ello ocurra: las medidas de diferentes gobiernos occidentales se están orientando a favorecer el consumo, y así, podemos citar la rebaja del IVA británico, el tan debatido rescate de los fabricantes norteamericanos de automóviles, o las ayudas españolas al mismo sector.


Pero hay un sector que ha llegado a simbolizar el derroche económico y ecológico de los pasados años, y que sin duda va a verse afectado por su insostenibilidad: el agua embotellada.

Anteriores noticias en Soitu han mostrado el coste social y ambiental del agua embotellada.

El incremento del consumo en los países desarrollados ha sido espectacular en los últimos años. En 1987, el consumo per cápita de esta bebida en Estados Unidos era de 21,5 litros; en 1997 ya eran 45 litros; y en 2006, 104 litros por persona y año. El consumo de agua embotellada ya es superior al de leche o cerveza en ese país. La razón principal han sido, evidentemente, las campañas de mercadeo (márketing) de las compañías, que han permitido mostrar estas bebidas como glamurosas y con gusto, a la vez que han incrementado el miedo al agua corriente. Pero es que, por otra parte, la propia agua embotellada no es en muchas ocasiones más que agua del grifo, tratada y vendida a un precio superior al del petróleo.

El libro del que están sacados los datos numéricos anteriores es “Bottlemania: How Water Went on Sale and Why We Bought It”,una obra que en Estados Unidos ha constituido un fenómeno, y ha ayudado a tomar conciencia de las consecuencias de este consumo.

Otros negocios que se han visto afectados por el consumo de agua embotellada, o que han visto en el agua de grifo un nicho de mercado, han utilizado también las armas de la publicidad, en ocasiones con campañas agresivas o ingeniosas. Por ejemplo, el suministro de agua de Nueva York, que ha creado una campaña que simula vender agua del grifo embotellada. La compañía Brita, fabricante de filtros de agua, ha diseñado unos pósters con el lema “El año pasado se consumieron 60 millones de litros de petróleo para hacer botellas de agua fabricadas con plástico” y ha creado una web promocionando su propia visión (y, todo sea dicho, sus intereses) sobre el asunto, mientras que la firma Tappening empleó las figuras de Obama y McCain con botellas de agua para su publicidad de recipientes de bebida.

El mensaje comienza a calar y las campañas están empezando a hacer mella, de acuerdo con un reportaje reciente del Financial Times. Las razones económicas se unen a las medioambientales, e incluso algunas autoridades están tomando acciones para evitar el derroche de un bien que el consumidor puede obtener gratis sin pérdida de calidad. Las propias compañías reconocen que el mercado es vulnerable y han comenzado a plantear otras líneas de publicidad, comparando su producto con otras bebidas, y no con el agua corriente, o introduciendo marcas más baratas.

Pero es probable que la respuesta de los fabricantes no tenga éxito, y ni siquiera el citado diario financiero parece apoyar una industria en progresiva pérdida de prestigio.

¿Tiene sentido pagar por lo que no aporta valor añadido? La próxima vez que vayas a un restaurante, plantéatelo, y pide una jarra de agua corriente. El bolsillo, pero también la naturaleza lo van a agradecer. Y no vas a notar la diferencia. ¿Quieres una prueba? Si el inglés no te echa para atrás, Penn & Teller te lo explican mejor:

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