Morir a los 16 años


No he llegado a tiempo. Tu cuerpo reposa ya en el mármol frío de la piedra. Te están abriendo a ver qué ingeriste. No he llegado a tiempo. En realidad, nadie llegó a tiempo. Estuviste solo aquella vez que descubriste que no eras como el resto.Tú vida fue dificíl para ti. Cuando cerrabas los ojos no eran tus compañeras de clase las que aparecían en tus sueños húmedos. Era él. Juan Carlos. Tu compañero. Tu amigo. Siempre con él. Las risas. Las penas. El fútbol. Los estudios. La consola. Todo con él.Un día se lo dijiste. Le dijiste que le querías de una manera especial. Te miró. Te llamó maricón y se fue.

Al otro día, todo el colegio lo sabía.Tu padre, dejó de hablarte, justo después de medio partirte la cara de un guantazo. ¡Cómo don Andrés iba a tener a su hijo único maricón! ¡Después de haber tenido seis chicas... el varón, maricón... manda cojones!

Pepita se quedó boquiabierta. Lloró y lloró y lloró por todos los rincones de la casa. Al día siguiente fue a su director espiritual, don Jose Ma, y se lo contó todo.

El lunes por la tarde, estabas tú allí, en el centro, con don José Ma, tu responsable y tú. Los tres.

Te dijeron que estabas confundido, que tenías muy malas compañías. Que te tenías que ir de excursión a un lugar para reflexionar.

Allí llegaste y estuviste solo, excepto con las charlas de aquel cura de negro que repetía y repetía, que estabas en pecado.

Volviste, y no podías más.

Tu padre seguía sin hablarte. De tus hermanas, sólo Mari Pili te escuchaba , pero no sabía atenderte. Qué se le puede pedir a una niña de trece años.

Y tu madre, lloraba, lloraba, y lloraba.Te obligaba todas las tardes a rezar el rosario para ver si el milagro se hacía realidad. No te dejaba salir a la calle, a no ser que fueras acompañado. Te puso en tu mesilla de noche textos de San Pablo condenando, según ella, la homosexualidad, para que no fueras al infierno, pero no te puso ninguna fotocopia del apóstol de los gentiles, diciendo que lo más importante de todo, más que la esperanza y la fe, era el amor.

En misa, no te dejaba comulgar, hasta que estuvieses curado. Te había cortado la conexión a internet. ¡Por eso eras maricón, sí, sí, sí, por internet!

El jueves pasado te llevó al psiquiatra, pero no al del seguro, el sociata rojo ese.

Si no a don Manuel, que había vivido mucho tiempo en Navarra.

Te mandó unas pastillas para la ansiedad. Tú ya no sabías que pensar. Un tratamiento de seis meses dijo, para calmarte, y luego ya veríamos. Quizás si me las tomo todas de golpe, me cure antes.

Y así hiciste.

Ahora, tanto tus padres, como tus hermanas, como el resto, como yo, hemos llegado tarde.


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